













Manjar-Muladar
in-situ
Ciudad de Mexico, Abril del 2024
Cerámica, barro Oaxaca, agua, desechos orgánicos, objetos encontrados, casa antigua en la colonia Tabacalera.
En búsqueda de la bioescritura
por Cristina Torres
Tantas voces nos habitan, tantas lenguas pulsan dentro, pero solo un manojo de ellas arriban a la escritura mientras las demás proliferan sin que un trazo las alcance. Sus voces de gorgoteo pulposo, rumor infrasónico, respiración honda y crepitación celular resguardan el misterio primigenio. Desconocemos la envergadura total de sus mensajes y el alcance final de su propagación, afortunadamente.
Dentro de una casa deshabitada de la colonia Tabacalera hay una cena dispuesta de manera simple, con una mesa vestida y puesta para dos personas, cuencos de ensalada preparada, velas, platos, salero y pimentero, una jarra, vasos y cubiertos. Lo que en un primer momento se percibe como una habitación doméstica habitual pronto revela los signos de un sistema que parece tener funciones corporales: Receptáculos que almacenan el agua y conductos por los que circula hasta múltiples entrañas mojadas que la filtran y liberan lloviznando sobre las formas de barro crudo beben el agua para ablandarse y volver a su estado crudo de lecho fértil.
Manjar-muladar erige un acontecimiento orgánico de contornos viscerales que adopta los rasgos más simples de un comedor para revelar en el núcleo de ese espacio familiar al ouroboros. El mobiliario y los utensilios esculpidos en barro por la artista están allí para disolverse, deshacerse, desintegrarse y en esa descomposición dar paso al habitar y al modelado conjunto de las fuerzas del agua, el aire, la tierra y los microorganismos. Aquello en la obra que es representación existe para desaparecer, y en su lugar, ceder paulatinamente el paso a la presentación de lo vivo.
La volatilidad y potencia del barro, dispuesto a tomar las formas que lo humano le pide para luego volver a su naturaleza primigenia, remiten a diversas experiencias de la artista con la salud y la enfermedad, la migración y los lugares intermedios, la familia y la identidad, articuladas a partir de la memoria corporal interna, sensible y preverbal que ha explorado a lo largo de su carrera en obras previas como half of two hungers I, half of two hungers II, máquinas de Lolita Panza y foreign aborbers. Aída Lizalde coloca el fenómeno de la putrefacción que cotidianamente es sentido y manejado como desperdicio, el residuo, lo des-hecho, en el centro de la acción de sus obras con un movimiento parergonal que transforma la perspectiva más allá de lo humano para llevarla de lo repulsivo a lo maravilloso, del control a lo incontenible, de lo artificial a lo fértil, de lo visual a la interpelación de la entraña.
Manjar-muladar es una obra de tiempo tanto como escultórica, situada en el instante donde el largo esfuerzo previo de modelar todas las piezas de barro y diseñar el mecanismo hídrico es transferido a las bacterias y hongos del ambiente, creando la superficie de contacto entre lo internet y una cierta resurrección. Su bioescritura es un proceso de remembranza, de construcción de un lenguaje y una reformulación sobre el deseo de permanencia del arte cuando todo es devenir, transfiguración y metamorfosis en la línea provisional entre las formas del arte y el hervidero de la vida.